domingo, 9 de enero de 2011

Mi primera bicicleta, capítulo 8º

En Encinasola, por los años 70 y cerca de los 80, aunque parezca mentira e imposible, no había agua potable en las casas. En los patios teníamos pozo, pero no podíamos beber directamente y se usaba para bañarnos y lavar. Por las calles del pueblo iba un hombre que vendía agua. Recuerdo que iba con su mula repartiendo agua por las casas. Normalmente la traía del pilar que había cerca de una de las entradas del pueblo, o de la que había a uno o dos kilómetros por la carretera que va hacia Cumbres Mayores o La Nava. A veces mi padre nos llevaba al pilar para acarrear agua en grandes cantimploras. Éramos muchos en casa, ¡imaginaros cuánta necesitábamos a la semana! Mi padre tenía un seat 850 blanco. Aún recuerdo la matrícula, H-7554-A. Pero bueno, ése sería para otro blog, "nuestros viajes en un pequeño coche toda la familia". Nos encantaba ir al pilar, era muy bonito el lugar, al menos a mí me lo parecía. Con la nueva bici de mi hermano, fuimos un poco más arriesgados. Juntos podíamos ir más lejos que cuando solo teníamos una bici. La primera vez que se nos ocurrió salir del pueblo fue fantástico. Por supuesto a mi madre no le dijimos que habíamos dado la vuelta al pueblo en nuestras bicicletas. Nos hubiera regañado, porque ya os he dicho que le daba miedo. La vuelta a Encinasola debía ser un par de kilómetros. Me sentía mayor al poder hacer todo ese trayecto. Claro, no era tan peligroso como lo es ahora, pues había muchos menos coches. Creo recordar que fue un sábado por la tarde, o quizás un domingo. Aún me siento emocionada cuando fui capaz de dar la vuelta entera, y subir la pedazo de cuesta hasta llegar de nuevo a casa.
Al decírselo a mi hermana Pili, a ella también le fascinó la idea, y entonces volví a repetir la hazaña con ella unos días después. Nos parábamos en el pilar que hay junto al carril que va a la romería de Flores y reponíamos fuerzas. Por entonces nuestras bicis no tenían el sujetabotes que traen ahora todas.
Un día de primavera, un domingo, se nos ocurrió ir al pilar que estaba más alejado. Recuerdo como si fuera ayer, hacía calor, aunque por la carretera había sombra con los árboles de los lados. Al llegar, qué alegría poder beber toda el agua que quisieras, qué fresquita y qué rica. Estuvimos allí descansando un ratito, y vuelta a casa. No creo que en ese momento hubiese una niña más feliz que yo. Esos pequeños retos en mi vida siempre han significado mucho para mí, y aún hoy en día, esas pequeñas hazañas me dan la vida.
A mi hermana le encantaba salir a pasear en bicicleta, aunque no tanto como a mí. ¡qué pena que ahora no le guste! sería tan divertido.

3 comentarios:

  1. me fascina ver la memoria fotografica que tienes despues de tanto tiempo, se ve que lo hacias con gusto y esto marca para toda la vida. desde luego que pena que a Pili no le guste la bici, sabes que compañia no le faltaria.......

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  2. Creo que es fácil recordar aquello que se añora y que en otro tiempo te hacía feliz. Siempre guardamos en nuestro interior lo que amamos, y yo quería con pasión a mi bicicleta.

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  3. Fernando Sánchez18 de abril de 2011, 4:45

    Qué buena esta historia novelada de tu bici, no la conocía hasta que me ha llegado el capítulo 8...y vaya memoria, a este paso te fichan para las crónicas del pueblo...¿y de la torrot de tu hermano y las "escapadas" con Prim por las carreteras de la sierra, qué?

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