sábado, 8 de enero de 2011

Mi primera bicicleta, capítulo 9º

Los días y meses en Encinasola pasaron rápidos y los recuerdo siempre montada en mi bicicleta. Tanto trote le daba a la bici, que empezó a romperse los frenos, algún que otro pinchazo,... Recuerdo que estuve sin frenos una gran temporada. Pero como siempre, los pequeños nos la ingeniamos para seguir adelante con nuestros juegos. Por supuesto, yo no podía separarme de mi bici, y me las arreglaba para frenar en esas cuestas de Encinasola tan empinadas y a la vez tan lisitas. Era necesario tener freno porque se alcanzaban buenas velocidades, aunque eso sí, siempre con cabeza, que me seguían dando miedo los cruces. Ya sabéis, aquella caida mía...
Bueno, pues como os decía, me las ingenié para que mi bici frenara. Tenía freno de "pedal", y mi bici se frenaba con el pie. El freno se había roto pero todo el artilugio del freno seguía colocado, las zapatas y las almohadillas,.... No tenía tensado el cable y se había soltado de la palanca de freno. Para frenar tenía que pisar la almohadilla y así conseguí hacerle agujeros a todas las suelas de mis zapatos izquierdos.
Tenía un buen amigo, mayor que yo, que su padre tenía un taller de carpintería metálica. Se llamaba Saturio. Una tarde se ofreció para arreglarme el freno. Imaginad que contenta me puse. Después de tanto tiempo iba a poder frenar perfectamente. Mi amigo me arregló el freno y yo me fuí a mi casa para darle la gran noticia a mi hermano. Estaba allí en mi calle, montada en la bici y apoyada en la pared, con la mala suerte que al apoyarme en la ventana, la palanca del freno se enganchó en la reja y se volvió a partir de nuevo el cable del freno. Mi alegría me duró muy poquito. Y me dió tanta vergüenza volver al taller para explicarle qué había pasado, que la bici siguió sin frenos toda la vida.

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