domingo, 23 de enero de 2011

Mi primera bicicleta, capítulo 1º

Ya han pasado muchos años, pero me acuerdo aún de mi primera bicicleta.
Era una bh blanca, pequeña. En el año 73, si no mal recuerdo,(mi hermano me corregirá), se la echaron los Reyes Magos a mi hermano Félix y a mi hermana Pili. Vivíamos en Zufre.
Yo sólo tenía 2 años, así que aún era pequeña para poder montar en algo tan enorme y peligroso como aquella bicicleta, pero no pasó mucho tiempo para poder hacerme con ella.
Nos trasladamos a Aracena, y la bicicleta fue un gran éxito entre los nuevos amigos. Muchos de ellos aprendieron a montar en "mi bh". Concretamente mi amiga Conchi. Y ella fue la que más tarde me enseñaría a mí. Aprendí a montar con 3 años, creo que ya habré hecho unos buenos kilómetros con estas piernas, ¿no? pues aún hoy en día sigo montando en bici.
Muchos recuerdos de mi infancia van unido a esa bicicleta. Muchos compañeros de mi padre me recuerdan dando vueltas sin parar, cantando "Hola Don Pepito" y "¡Qué viva España!" y me nombran muchas veces esa escena que yo protagonizaba con 4 años en el patio del cuartel. Yo cantaba a todo pulmón como si estuviera en una feria. Y aquellas mañanas en la que yo tenía la bicicleta sola para mí, porque mis hermanos estaban en el cole y yo aún no tenía edad, eran las mañanas más felices de todas, en las que gozaba de la libertad plena. Y seguía cantando y seguía dando vueltas. Y es verdad, yo recuerdo a los compañeros de mi padre que me miraban y sonreían.

sábado, 22 de enero de 2011

Mi primera bicicleta, capítulo 2º

Cuando tenía 6 años nos tuvimos que ir a vivir a Aroche durante un curso escolar. Yo estaba en 1º de EGB. Nos fuimos a vivir a casa de mi abuela Leonor. Todos nuestros enseres se guardaron en el sótano del cura del pueblo, Don Miguel, amigo de la familia. Junto con los muebles, platos, ropa, cuadros,...también se quedó la bicicleta y con ella todo un mundo de ilusiones, juegos, aventuras y divertidas mañanas. Allí quedó aparcada en un rincón. Aburrida, sola, triste...al igual que nos quedamos mi hermano y yo sin ella.
De vez en cuando íbamos con mi madre a darle una vuelta a nuestras cosas, por eso de la humedad. Cuando se entraba en ese sótano, el olor a humedad era tremendo. Hacía un frío espantoso. Se te quedaba el cuerpo cortado. Sentías algo extraño al respirar.
Lo primero que hacía, como os podéis imaginar, era ir a ver la bici. Claro, no os he dicho el porqué estaba allí guardada. En Aroche, para quién no lo sepa, hay unas cuestas tremendas. Y aunque aún no había el tráfico que hay hoy en día en todas las poblaciones, montar en bici con esas calles era bastante peligroso. Mi madre no nos dejaba sacarla. Así que cuando íbamos a casa del cura y entrábamos al sótano, yo me sentaba en el sillín, al menos para recordar viejos tiempos, aunque sin darle a los pedales. Bueno para no ser mentirosa, sí que le daba, pero hacia atrás.
Un día convencimos a mi madre, y nos dejó ir al Paseo de Ordóñez Valdés. ¡Y fue fantástico! Pero fue por poco tiempo, y además compartiendo a ratos. ¡La verdad me supo a poco!
No tengo noción de haber usado la bici en Aroche otra vez. Sí que recuerdo, que me fuí por la plaza del ayuntamiento y bajé por la calle Dª Dolores Losada hasta llegar a la terraza y desde allí al paseo. Era también la primera vez que cogía una bici en la calle, nunca la había manejado fuera de las paredes del cuartel. ¡Me sentía mayor! Y ahora que lo pienso bien, ¡cuánta razón tenía mi madre! yo era aún pequeña.

miércoles, 19 de enero de 2011

Mi primera bicicleta, capítulo 3º

Al final del verano trasladaron a mi padre a Encinasola, su pueblo natal. Y de nuevo otra mudanza. Cuando llegamos a aquel pueblo, lo que más me sorprendió fue que casi todas las calles estaban encementadas. ¡Eso no lo había visto jamás! Y pensé que sería un lujazo pasear en bici por aquellas calles sin piedras, y sin peligro para mis rodillas.
Me tocó esperar durante mucho tiempo, o al menos para mí fue eterno. La bicicleta tuvo que quedarse en Aroche, pues no cabía con el resto de las cosas en un principio. Así que nuevamente nos separamos de ella. Y yo me sentía como a la niña que la separan de una buena amiga, y con un sentimiento de tristeza, de añoranza,...
Un domingo, después de varios meses viviendo en Encinasola, fuimos a Aroche. Nos acompañaron varios de nuestros nuevos amigos "marochos". Uno de ellos, Rufo, tenía una furgoneta amarilla y naranja. Rufo era el taxista del pueblo. Recuerdo aquel viaje como si fuera hoy. Parecía un pequeño autobús, en el que cabíamos mucha gente. El viaje fue superdivertido.
A la vuelta, conseguimos convencer a mis padres para que Rufo cargara en el maletero nuestra bicicleta. ¡Qué alegría más grande, volvíamos al pueblo con ella!

lunes, 17 de enero de 2011

Mi primera bicicleta, capítulo 4º

En Encinasola era un lujazo tener una bicicleta porque podías recorrer el pueblo y no encontrarte con grandes dificultades. Sus calles me parecían más llanas y era más fácil pedalear. También ayudaba que estaban casi todas encementadas. No había grandes cuestas como en Aroche, por eso creo que mi madre nos dejaba sacar la bici. Desde mi casa hasta el colegio había una buena pendiente. Cuando he vuelto de mayor, ya no me parecía tan enorme. Sin embargo recuerdo que bajaba por ella, y con cuidado frenaba antes de llegar a las cuatro esquinas, pues me daba miedo que se cruzara un coche. En esa misma calle me caí una vez, y me tuvieron que vendar la cabeza porque me hice una brecha. No fue con mi bici. Antes de ir a Aroche a por ella, me dejo una niña su bicicleta, que era más grande que la mía. Tenía mucho "mono" de bici, y no quise perder la oportunidad que me brindaba. Me avisó que los frenos estaban muy duros. Cuando quise frenar recordando el peligro de las esquinas, no pude, no tenía fuerza. Entonces pensé: "antes de que me coja un coche me tiro". Y así fue como me hice "la pitera". Ya os podéis imaginar a mi madre cuando me vió con toda aquella sangre y la cara de la niña cuando me vió caer.

Al día siguiente cuando iba para el cole, ví en el suelo la señal del porrazo. Había marcas de las ruedas frenadas y algún arañazo. Yo explicaba a la gente cómo había sucedido. La señal duró varios días. No pude frenar y por eso aunque veía día tras días aquellas marcas, nunca pude entender porqué estaban señaladas las gomas de las ruedas.

Como recuerdo de aquello, mi cabeza ha tenido a bien mantener la cicatriz.

miércoles, 12 de enero de 2011

Mi primera bicicleta, capítulo 5º

Realmente no podía pasar un día sin mi bici, era lo que más me divertía y lo que más deseaba hacer cuando estaba en el colegio. Llegar a mi casa, soltar la carpeta, y salir a la calle con la bici. Por entonces salíamos de clase a las 12,30h. Sin pararme mucho por el camino, llegaba a casa y me iba al instante a dar una vuelta. Casi siempre terminaba mi pedaleo en la panadería de Nolasco. Allí trabajaba Gori, mi catequista de primera comunión, con la que aún mantengo mi amistad, después de más de 30 años. Aparcaba mi bicicleta y me quedaba con ellos a ver cómo se hacía el pan. Como después de hacer la masa, Nolasco en una pala grande iba colocando dentro del horno cada pan de kilo y medio kilo a los que le habían dado forma anteriormente. En invierno era muy agradable estar cerquita de aquel fuego. Y lo que más me gustaba era ese olor a pan recien hecho. "Huele que alimenta", ¿vendrá de ahí la expresión?
Cuando ya cerraban, me iba a casa a comer, pues volvíamos por la tarde al colegio. No era como ahora, que los niños tienen toda la tarde para poder montar en bicicleta y salir a jugar. ¡Si yo hubiera tenido todas esas tardes libres! Los días iban pasando y mi rutina era casi siempre la misma. Tanto que algunos del pueblo me conocían por "la niña de la bicicleta". Y pensar ahora que hubo un tiempo que las bicis estuvieron prohibidas a las mujeres. ¡Qué hubiera sido de mí!

martes, 11 de enero de 2011

Mi primera bicicleta, capítulo 6º

Mi bicicleta me daba muchos momentos de emoción, fantasía y libertad. Pero hay un recuerdo un poco trágico para mí, que visto con los ojos de una niña de algo más de seis años, pudo ser causa de un gran trauma. Como en todos los pueblos, en Encinasola había un día mercadillo. No recuerdo que día de la semana era. Seguramente sería vacaciones porque yo no tenía clases y me acerqué con la bici. Ponían los puestos en la calle al lado de la plaza de abastos, a ambos lados de la vía. Yo llegué con mi bici, y no sé que fui a ver que dejé la bicicleta en el suelo, al lado de un puesto. Cuando de repente, vino un camión, y sin piedad pasó por encima de mi bici. Yo al ver aquello grité: "¡la bici!". Pero pasó de mí el conductor y siguió tan campante. ¡Casi me da un soponcio! Crucé corriendo en auxilio de mi bici, porque yo estaba en el otro lado de la calle, y cuando la puse en pie, la rueda delantera se había convertido en un ocho, y no podía andar porque rozaban los frenos. ¡Madre mía que sofocón! Y encima pasó por encima como si nada. ¿Pero acaso no vió mi bici? ¿No sintió que pisaba algo? ¡Qué fresca la gente, se van de rositas como si nada! Recogí la bici y me fui para casa hundida.

lunes, 10 de enero de 2011

Mi primera bicicleta, capítulo 7º

Lo mejor de mi paso por Encinasola en relación a mi bici fue un día de Reyes. Ahí comenzó otro tipo de aventuras, que jamás se me olvidarán. Al menos para mí fueron días muy felices, y creo que para mi hermana Pili y mi hermano Félix también.
Aquel día de reyes del año 79, para sorpresa de las más pequeñas de la casa, los Reyes Magos les echaron una bicicleta Torrot roja a Félix. Era más grande que la BH y pesaba un montón. Era sin duda una bicicleta para niños mayores, y mi hermano ya era mayor, tenía 11 años. Tener una bici más en casa era fantástico, porque ahora podíamos irnos juntos a pasear por las calles, recorrer juntos esas cuestas y callejuelas encementadas. Y realizar salidas que nunca hubiera imaginado antes.

domingo, 9 de enero de 2011

Mi primera bicicleta, capítulo 8º

En Encinasola, por los años 70 y cerca de los 80, aunque parezca mentira e imposible, no había agua potable en las casas. En los patios teníamos pozo, pero no podíamos beber directamente y se usaba para bañarnos y lavar. Por las calles del pueblo iba un hombre que vendía agua. Recuerdo que iba con su mula repartiendo agua por las casas. Normalmente la traía del pilar que había cerca de una de las entradas del pueblo, o de la que había a uno o dos kilómetros por la carretera que va hacia Cumbres Mayores o La Nava. A veces mi padre nos llevaba al pilar para acarrear agua en grandes cantimploras. Éramos muchos en casa, ¡imaginaros cuánta necesitábamos a la semana! Mi padre tenía un seat 850 blanco. Aún recuerdo la matrícula, H-7554-A. Pero bueno, ése sería para otro blog, "nuestros viajes en un pequeño coche toda la familia". Nos encantaba ir al pilar, era muy bonito el lugar, al menos a mí me lo parecía. Con la nueva bici de mi hermano, fuimos un poco más arriesgados. Juntos podíamos ir más lejos que cuando solo teníamos una bici. La primera vez que se nos ocurrió salir del pueblo fue fantástico. Por supuesto a mi madre no le dijimos que habíamos dado la vuelta al pueblo en nuestras bicicletas. Nos hubiera regañado, porque ya os he dicho que le daba miedo. La vuelta a Encinasola debía ser un par de kilómetros. Me sentía mayor al poder hacer todo ese trayecto. Claro, no era tan peligroso como lo es ahora, pues había muchos menos coches. Creo recordar que fue un sábado por la tarde, o quizás un domingo. Aún me siento emocionada cuando fui capaz de dar la vuelta entera, y subir la pedazo de cuesta hasta llegar de nuevo a casa.
Al decírselo a mi hermana Pili, a ella también le fascinó la idea, y entonces volví a repetir la hazaña con ella unos días después. Nos parábamos en el pilar que hay junto al carril que va a la romería de Flores y reponíamos fuerzas. Por entonces nuestras bicis no tenían el sujetabotes que traen ahora todas.
Un día de primavera, un domingo, se nos ocurrió ir al pilar que estaba más alejado. Recuerdo como si fuera ayer, hacía calor, aunque por la carretera había sombra con los árboles de los lados. Al llegar, qué alegría poder beber toda el agua que quisieras, qué fresquita y qué rica. Estuvimos allí descansando un ratito, y vuelta a casa. No creo que en ese momento hubiese una niña más feliz que yo. Esos pequeños retos en mi vida siempre han significado mucho para mí, y aún hoy en día, esas pequeñas hazañas me dan la vida.
A mi hermana le encantaba salir a pasear en bicicleta, aunque no tanto como a mí. ¡qué pena que ahora no le guste! sería tan divertido.

sábado, 8 de enero de 2011

Mi primera bicicleta, capítulo 9º

Los días y meses en Encinasola pasaron rápidos y los recuerdo siempre montada en mi bicicleta. Tanto trote le daba a la bici, que empezó a romperse los frenos, algún que otro pinchazo,... Recuerdo que estuve sin frenos una gran temporada. Pero como siempre, los pequeños nos la ingeniamos para seguir adelante con nuestros juegos. Por supuesto, yo no podía separarme de mi bici, y me las arreglaba para frenar en esas cuestas de Encinasola tan empinadas y a la vez tan lisitas. Era necesario tener freno porque se alcanzaban buenas velocidades, aunque eso sí, siempre con cabeza, que me seguían dando miedo los cruces. Ya sabéis, aquella caida mía...
Bueno, pues como os decía, me las ingenié para que mi bici frenara. Tenía freno de "pedal", y mi bici se frenaba con el pie. El freno se había roto pero todo el artilugio del freno seguía colocado, las zapatas y las almohadillas,.... No tenía tensado el cable y se había soltado de la palanca de freno. Para frenar tenía que pisar la almohadilla y así conseguí hacerle agujeros a todas las suelas de mis zapatos izquierdos.
Tenía un buen amigo, mayor que yo, que su padre tenía un taller de carpintería metálica. Se llamaba Saturio. Una tarde se ofreció para arreglarme el freno. Imaginad que contenta me puse. Después de tanto tiempo iba a poder frenar perfectamente. Mi amigo me arregló el freno y yo me fuí a mi casa para darle la gran noticia a mi hermano. Estaba allí en mi calle, montada en la bici y apoyada en la pared, con la mala suerte que al apoyarme en la ventana, la palanca del freno se enganchó en la reja y se volvió a partir de nuevo el cable del freno. Mi alegría me duró muy poquito. Y me dió tanta vergüenza volver al taller para explicarle qué había pasado, que la bici siguió sin frenos toda la vida.

viernes, 7 de enero de 2011

Mi primera bicicleta,capítulo 10º

En Encinasola estuvimos viviendo hasta el 7 de enero de 1980. Nos volvimos a trasladar a Aracena. Me daba pena dejar Encinasola, ahora que comenzábamos a disfrutar, a tener grandes amigos,...Y por otra parte volvía al pueblo donde estaban mis primeras amistades, mis amigos del cuartel, mi amiga Mª Eugenia, Conchi,...
El viaje de Encinasola a Aracena fue genial. Nunca lo olvidaré. Como ya era costumbre en mi familia, teníamos que hacer mudanza. Mi padre había contratado un camión, y como éramos muchos en la familia, algunos nos teníamos que ir en el camión. Por supuesto me ofrecí voluntaria, y junto con mi hermano, allí nos montamos los dos. Recuerdo ese viaje y creo que siempre lo recordaré. Montada en todo lo alto del camión, con ese pedazo de parabrisas, con esa percepción de viajar desde las alturas y teniendo buena visión de la carretera. Sin que nadie te tape, ni te moleste. Creo que desde entonces he soñado con hacer un viaje en camión.
Llegamos a Aracena. Mi padre había comprado un piso en la calle Gran Via, y esta vez no viviríamos en el cuartel, pero nosotros, sobretodo mi hermano y yo, jugábamos a todas horas en ese patio. Mi bicicleta volvía a pisar esas piedras que tantas piteras nos causaron de pequeños y tantas veces dejaron marcadas mis rodillas, con pequeñas cicatrices que aún hoy perduran.
Recuerdo que lo primero que hice cuando llegamos aquella vez a Aracena fue coger mi bici e irme corriendo al cuartel, a saludar a mis amigas. Todos estaban en el patio, con los juguetes nuevos que el día anterior les habían echado los Reyes Magos. En el cuartel era tradición, salir a jugar con los juguetes al patio. Montábamos nuestras casitas en cada rincón. Cada una tenía la suya. Las muñecas eran nuestros hijos, los niños nuestros maridos,...y las bicis...las bicis eran nuestros coches. En las bicis montábamos a las muñecas y les dábamos paseos de una casa a otra. Algún que otro muñeco también sufrió caidas, claro está, pero no sufrieron tanto como nosotros.